Animales y personas

Lo que hoy quiero contar es algo que visceral. Es un sentimiento, más que un pensamiento, es por eso que muchas personas estarán en contra, pero me da igual. No hago ningún daño con mis ideas.

El caso es que ya han empezado los Sanfermines. Y como todos los años, empiezo los encierros y las corridas. Y yo, cada vez que los veo, se me encoge el corazón. Tuve la mala suerte de estar hace poco tiempo en la primera fila de la mal llamada "fiesta nacional". Tan primera fila que podía ver los aterrorizados ojos del animal una y otra vez. Hasta seis veces. Su pánico al verse encerrado en un sitio lleno de personas vociferantes. Sus gritos de dolor cuando era cruelmente torturado por lanzas y banderillas. Jamás olvidaré el agónico gemido cuando uno de ellos sintió su corazón traspasado por la espada del "valiente" torero. Y el cruel puñal con los que lo rematan, y cómo lo arrastran cuando, muchas veces, aún no está muerto.

Eso, y no otra cosa, es una corrida de toros. Encerrar a un pacífico hervíboro para torturarlo y matarlo en medio de una cruel agonía. No me sirve que se diga que el torero también se la juega, porque no es ni parecido. Lo tiene todo a su favor. Diferente sería que no tuviese ayudas en forma de caballos con picador (otros animales aterrorizados. Los caballos. Los picadores no), banderilleros y una cuadrilla que lo agota y lo distrae. Que no estuviesen los socorridos burladeros. Entonces el espectáculo sería más igualado. Aunque me seguiría repugnando exactamente igual.

Tampoco me parece una justificación que se diga que es "tradicional". Tan tradicional como el Circo Romano. Sólo que ese hace un auténtico montón de siglos que lo abolieron.

Imagino que las personas que se excitan con la visión de la sangre y el dolor de unos seres inocentes se indignarán al leer estas lineas. Pero me da igual, porque no puedo entenderlas. Y sigue en mi memoria grabado el ojo del toro recién ensartado, su gemido de dolor y su mirada de incomprensión. Ese "por qué" antes de doblar las patas. Antes de volver a mugir cuando otro "valiente" le clava un puñal en las entrañas. Esa postrera mirada cuando lo enganchan a las mulas diciendo "aún estoy vivo". Tanto daño, tanta pena.

Mientras tanto, en las gradas, el público ruge, satisfecho al ver saciada su demanda de sangre por un rato más.

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